Mi primo Pepe Faura.

Al comenzar a escribir esta breve reseña sobre mi primo Pepe Faura Martín, el primer recuerdo que me viene a la memoria es el de mi madre hablándonos de “su primo Pepe Faura”.

Era mi madre una fanática de su familia y cada vez que tenía oportunidad nos hablaba de sus ancestros y relativos y entre ellos, amén de su propio padre, al que el pueblo de Gaucín le dedicó una calle por su bien hacer en su época de diputado provincial, siempre nos refería aventuras de aquellos que destacaron en la política o en la milicia. Uno de esos casos era el de “su primo Pepe Faura”, un militar curtido en la guerra de África que se casó precisamente con su cuñada Carmen y que murió joven a causa de alguna enfermedad contraída durante dicha guerra. Me parece recordar que mi madre nos decía que en aquella guerra los militares a veces tenían que beber la orina de los caballos para poder sobrevivir en las montañas del Rif. ¡Cómo no iban a enfermar!

Si mi madre era fanática de los suyos, qué decir de mi padre. Sentía verdadera adoración por sus hermanas, especialmente por Carmen y por ella la transmitía a todos los vástagos de su hermana y del primo de mi madre.

Pues si mi madre tuvo “su primo Pepe Faura” yo también he tenido a “mi primo Pepe Faura”, aquel era Domínguez de segundo apellido y este Martín, como nosotros. Dándose la casualidad que era primo por partida doble: sobrino de mi padre y sobrino de primos hermanos de mi madre.

En esta semblanza no quiero hacer referencia a todos los méritos profesionales de mi primo, que son muchos, pFOTO DE PEPE TOMADA DE CIRCULOAHUMADA.BLOGSPOT.COM.ESrolíficamente recogidos en estos días en los medios de difusión, y que llegaron a su culmen con el desempeño de la función de Jefe del Estado Mayor del Ejército desde 1994 a 1998, con el último gobierno de Felipe Gonzáles y el primero de José María Aznar, sino que me quiero referir, aunque sea escuetamente, a su perfil personal, a un perfil humano, familiar, del día a día de las épocas que pasaba en Gaucín, al menos en lo que yo lo llegué a conocer, en la relación que con él tuvimos.

A Pepe yo lo debí de ver por primera vez con unas cuantas estrellas en la bocamanga, pues era 21 años mayor que yo y cuando recibió el despacho de teniente pocos años habría cumplido más de los veinte. Lo recuerdo cuando, ya casado con la entrañable Mari Loli, asomaba por la casa de tía Carmen todos los veranos (cuando estaban en Canarias las vacaciones eran dobles y en vez de un mes se pasaban casi dos en el pueblo). Los primos pequeños siempre estábamos ansiosos por ir a ver a los recién llegados por los que sentíamos verdadera admiración. Nos admirábamos cuando nos contaban sus andanzas por esos mundos, cuando veíamos el coche con el que venían, su forma de hablar, en muchas ocasiones bien distinta a la que era norma entre nosotros…, pronto nos prestábamos a ayudarles a sacar las maletas y bultos del coche (por cierto aún recuerdo cuando en su época en Canarias apareció con un Mercedes de aquellos que raramente se veían por la península y mucho menos por nuestro pueblo) y siempre nos sorprendían con algún que otro regalillo.

La casa de tía Carmen era lugar en el que en algún momento del día, durante los veranos, casi todos aparecíamos por allí, y allí nos encontrábamos con nuestros primos mayores, Carlos, Salvador, Pepe, Mari Carmen, María Jesús y sus respectivos cónyuges, además de la prole que cada uno aportaba; y si alguno se distinguió por afán procreativo, ésos eran Pepe  y Mari Loli, que, si en un principio anduvieron algo comedidos, después casi cada año, aportaban un elemento más a los nietos de “mamá Carmen”. Me acuerdo, sobre todo, de los dos mayores: José Pablo y María del Mar, yo sería un zagalón y ellos unos zagales con los que podía compartir algunos juegos y distracciones. Después se me hace más difícil recordar aquel tropel de pequeños que se fue incorporando a la saga Faura Martín.

Pepe fue un incondicional de Gaucín, con razón lo nombraron hijo adoptivo del pueblo. No creo que, a diferencia de algunos como yo, haya dejado un verano de pasar una temporada allí, antes cuando vivía su madre acompañándola, después acompañado por parte de sus hijos y nietos. A sus hijos supo inculcarles ese amor por el pueblo y por su gente de la que él hizo gala en todo momento. Ese sentimiento lo explica muy gráficamente cuando en el prólogo del libro de mi hermano Salvador “Gaucín 1742-1814”, sobre nuestro antepasado el guerrillero y brigadier José Serrano Valdenebro, nos dice que “los límites del heroísmo, sin escatimar sacrificios de todo tipo (se refiere a Serrano Valdenebro) impulsado, probablemente, solo por la fascinación de una tierra cuyo embrujo envuelve y tiraniza, ya para siempre, a cuantos hemos vivido en ella”.

Si la llegada de tía Carmen desde Granada ya suponía un cierto cambio en las costumbres de nuestra casa, la llegada de sus hijos, mucho más. Mi padre tenía parada obligada todas las mañanas en casa de su hermana y después arrastraba a algunos de sus sobrinos, o maridos de sus sobrinas, con él a echarse la partida de dominó en el casino, cuando no era dominó era el chamelo. Por la tarde él ya no salía y entonces éramos los más pequeños los que solíamos aparecer por allí o, por el contrario, eran algunos de ellos los que se acercaban a nuestra casa a saludar a mi madre y echar un rato de cháchara con ella y con mi padre. Los más pequeños pasábamos el tiempo embobados oyendo las conversaciones de los mayores tratando de asimilar todo aquello que, a nuestro entender, salía con tanta sabiduría de sus bocas.

Cuando éramos pequeños nos trataba con el cariño propio de un primo mayor, él se solía relacionar con Salvador que era de edad casi pareja a la suya. Salvador y Pilar incluso estuvieron quedándose en Madrid con Pepe y Mari Loli, cuando Salvador tuvo que prepararse unas oposiciones o hacer unos cursos de algo. Cuando fuimos creciendo nos acercábamos a él con la admiración propia de saber que estabas ante alguien de relevancia en el mundo de la milicia. Si su hermano Salvador siempre se andaba moviendo por las sierras, de maniobras y cosas de ese estilo en las que él era un experto (yo pienso que era especialista en todas las ramas del ejército de tierra, desde los paracaidistas a los guerrilleros, la alta montaña o el submarinismo…), de él sabíamos que había sido elegido para ocupar cargos con otro tipo de responsabilidades, en los despachos organizando y conociendo toda la información que era imprescindible para la buena marcha de la cosa pública.  A veces le hacíamos preguntas un tanto indiscretas que él sabía sortear como nadie y que nos despachaba con un: “No todo es como parece”, para añadir socarronamente: “A veces es mucho peor”. Nosotros sabíamos que él conocía de casi todo, pero que no podía decirnos casi nada, más allá de las cuatro obviedades que de uno u otro modo todos podíamos conocer. También me admiraba esa capacidad que tenía para no decir nada sabiendo tanto.

EN BADILLOYo que me fui pronto de Gaucín y, por desgracia, no he vuelto con mucha frecuencia por allí, la verdad es que ya no coincidí mucho con él. Mantuvimos contacto telefónico en más de una ocasión por motivos varios y, como siempre, lo percibí muy próximo en el trato para conmigo. Hace ocho o diez años coincidimos en Gaucín con motivo de una de las comidas de los Martín de Molina, y cuando lo volví a ver sentado en la casa de tía Carmen su imagen me transportó irremediablemente a la de mi padre, antes no me había fijado en el tremendo parecido físico entre ellos. Después de charlar con él un rato no me cupo duda de que ese parecido físico también trascendería más allá de lo simplemente material, por lo que, inevitablemente, sentí aun más cariño por él. Fue la última vez que lo vi y la última que charlé con él.

Cuando el pasado viernes acudí a su entierro en Gaucín me dio alegría volverme a encontrar con todos sus hijos, de poderlos abrazar aunque a muchos nos lo reconociera más que por la pinta. Volví a ver su figura reflejada en algunos de ellos, sobre todo en Javier, vivo retrato del padre, y la figura de Mari Loli en las hijas, calco de la madre la que lleva su mismo nombre. Me llenó de satisfacción que algunos aún se acordaran de mí después de casi 50 años. Me emocionó toda la ceremonia que envolvió su sepelio y me volví para tierras granadinas pensando que allí, en Gaucín, junto a sus familiares, él se había quedado tranquilo, en paz, a los pies del castillo, desde donde todos los días podrá volver a oír el gorjeo de los pájaros que desde las Piedras del Río hacen parada en los árboles del cementerio, y se embelesará con el susurro del viento en su encuentro con las rocas que hacen inaccesible la fortaleza.

Granada, 20 de septiembre de 2017.

Teodoro Martín de Molina


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